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sábado, 26 de mayo de 2012

EL SIGLO IXX (I) Modernismo y postmodernismo

Modernismo
La modernidad es un concepto filosófico, historiográfico  y sociológico que propone un mundo de metas.En el mundo moderno cada ciudadano se propone sus metas según su propia voluntad. Se alcanza la meta de una manera lógica y racional, es decir, sistemáticamente se da un sentido a la vida. En las acciones que se desarrollan para alcanzar la meta se establecen tres valores: libertad, igualdad y fraternidad. Por cuestiones de manejo político y de poder se trata de imponer la lógica y la razón, negándose en la práctica los valores propuestos.
Desde ese punto de vista es similar al concepto kantiano de Ilustración (la mayoría de edad del individuo, que ejerce su razón de forma autónoma: el Sapere aude), y antes que éste al antropocentrismo humanista del Renacimiento (por ejemplo la Oratio pro homini dignitate de Pico della Mirandola). Fue muy significativo, para entender la diferente concepción de lo nuevo entre la Edad Media y la Moderna, el Debate de los antiguos y los modernos.
En la sociología de Michel Freitag, la modernidad es un modo de reproducción de la sociedad basada en la dimensión política e institucional de sus mecanismos de regulación por oposición a la tradición, en la que el modo de reproducción del conjunto y el sentido de las acciones que se cumplen es regulado por dimensiones culturales y simbólicas particulares. La modernidad es un cambio ontológico del modo de regulación de la reproducción social basado en una transformación del sentido temporal de la legitimidad. En la modernidad el porvenir reemplaza al pasado y racionaliza el juicio de la acción asociada a los hombres. La modernidad es la posibilidad política reflexiva de cambiar las reglas del juego de la vida social. La modernidad es también el conjunto de las condiciones históricas materiales que permiten pensar la emancipación conjunta de las tradiciones, las doctrinas o las ideologías heredadas, y no problematizadas por una cultura tradicional.
En términos sociales e históricos, no se llega a la modernidad con el fin de la Edad Media en el siglo XV, sino tras la transformación de la sociedad preindustrial, rural, tradicional, en la sociedad industrial y urbana moderna; que se produce con la Revolución industrial y el triunfo del capitalismo.
La superación de la sociedad industrial  por la sociedad postindustrial se ha dado en llamar postmodernidad. La crisis de la modernidad comenzó hacia el final de la Primera Guwerra Mundial, cambiando la mentalidad y las conciencias así como otros profundos cambios sociales que derivaron en cambios políticos. También se ha introducido el término transmodernidad para el mundo caracterizado por la globalización.

Postmodernismo



               ¿QUE  ES  EL  POSTMODERNISMO?
          por Marco Antonio de la Rosa Ruiz Esparza, mg.

  Dejando de lado algunos datos esporádicos que se remontan hasta la Edad Media, el término va adoptando sucesivamente la acepción de “renovación”, “norma de cambio”, “actividad vanguardista” –J.J. Rousseau (1712-1778)-. En el ámbito artístico-literario, Ch. Baudelaire (1821-1867) asignará a “moderno” el sentido de efímero, pasajero, transitorio y mundano, sometido a la prueba de la moda y contrapuesto a lo eterno. K. Marx (1818-1867) amplía el campo de aplicaciones y con ello también el horizonte de significación; así, en un primer estadio de su análisis crítico que incide ante todo sobre el ámbito socioeconómico, lo “moderno” equivale a una categoría más bien negativa que viene a identificarse con la abstracción y dualismo que alienan al hombre y de cuya superación depende la realización del hombre; posteriormente, al hacer extensivo su análisis al ámbito político y tocado él mismo por la visión optimista de la época ante el progreso, atribuye a la modernidad una noción más positiva: la transición de una sociedad menos desarrollada a otra más desarrollada en la que se hacen presentes  los nuevos elementos progresivos –si bien, el progreso no ha de entenderse aquí necesariamente en su vertiente moral de mejoramiento, sino en el sentido histórico de incremento y acumulación, con el que se da paso a la liberación del hombre en el nuevo tipo de sociedad (socialista) que surge-“ (Rubio M., El contexto de la Modernidad y de la Postmodernidad. En: Vidal M., Conceptos fundamentales de ética teológica. Trotta. Madrid 1992, págs. 111-112).
  
 Resumiendo en un cuadro:

  Condicionamiento dialéctico de las funciones epistemológicas de la razón

Tesis (Fase afirmativa)          MODERNIDAD:

                               Apego y exaltación de la razón; optimismo racionalista, fe en la razón; tiempo de teorías y sistemas;

Antítesis (fase negativa)         POST-MODERNIDAD:

                                      (como “negación” de la modernidad)
                                crisis y acabamiento –muerte- de la razón;
                                pesimismo, desconfianza en la razón;
                                tiempo de praxis y escepticismo;

Síntesis (fase negativa/positiva)   POSTMODERNIDAD:

                                 (como “superación” de la modernidad)
                                  superación –en la discontinuidad- de las contradicciones de la modernidad;
                                  nuevo conocer (nuevos paradigmas):
                                 +  distinción entre uso-abuso de la razón;
                                 +  incorporación de la experiencia y el sentimiento; 
                                 tiempo de sin-razones e irracionalidad;
                                 transformación (como hipótesis o como posibilidad real) (Rubio M., op. cit., pág. 137).


I.   ¿QUE  ES  LA  POSTMODERNIDAD?

       + Explicación del “post”: no se trata de una mera sucesión, sino de un “ajuste de cuentas” con el proyecto emancipador  de la Modernidad.
       + La Postmodernidad, más que un sistema racional es una sensibilidad.
       + Sus teóricos vienen del Sur: Lyotard, Baudrillard, Vattimo, Lipovetzky...


Rasgos de la Postmodernidad

1)    El desencanto de la razón

+ La razón se ha convertido en “razón instrumental”, tecnoburocrática: tecnifica las conciencias y deshumaniza la sociedad.
+  La razón ha dejado de ser transparente. Ya no puede ser totalizante, fundamentadora, omnicomprensiva.
+  Seamos consecuentes: renunciemos a los saberes y respuestas últimas. Quedémonos con un pensamiento débil.


2)    El entierro de las utopías

+  Constatación de que el soñado “campo total” es imposible.
+  ¡Muera Prometeo! ¡Viva Diónisos!
          +  Desenmarascamiento de las “divinas palabras”: Progreso, Justicia, Igualdad, Fraternidad... El “proyecto emancipador” de la Modernidad es pura retórica.
+  Hay que ser incrédulo ante los “metarrelatos” (cosmovisiones globales portadoras de sentido).
+  Sólo existen relatos, pequeños y fragmentarios.


3)    Crítica del cristianismo como “metarrelato”

+  Hay que ser consecuentes con el grito de Nietzche, “!Dios ha muerto!”: hay que borrar su sombra.
+  La “sombra de Dios” son esas palabras tan mayúsculas y tan absolutas como “Libertad”, “Hombre”, “Justicia”, “Igualdad”...
+  La ”muerte de Dios” significa, simplemente, que nos hemos quedado sin valores últimos, absolutos.
+  Esto es un “nihilismo positivo”: abre al hombre la posibilidad de ir dando valor, creativamente, a las cosas.
+  Además, el cristianismo se presenta como un “metarrelato” (un proyecto que pretende dar un sentido único y totalizante a la vida). Tiene, pues, funciones manipuladoras y totalitarias.


 4.-  El fin de la Historia

      +  Vivimos en un tiempo sin horizonte histórico, sin orientación ni visión de la totalidad.
      +  Esto se debe a que los “mass-media” nos saturan de información, sin permitir a la noticia durar ni al destinatario reflexionar sobre ella.
      +  Con este continuo presentismo de los acontecimientos que nos ofrecen los “mass-media”, hemos perdido el marco de referencia de la Historia.
      +  Vivimos en la inmediatez, en el presente. Nos movemos en un espacio sin horizonte.
      +  No hay una Historia conjunta que se dirija a una meta.


5.     Esteticismo presentista y micropolítica

    +  No hay que escapar del presente, sino disfrutarlo: “carpe diem”.
    +  Frente a la “razón instrumental”, que se acerca a la vida buscando lo que sirve para otra cosa, hay que tener el “pensamiento de la intuición”, es decir, disfrutar los momentos de la vida por sí mismos.
    +  Hay que abrirse, a cada momento, a la “inagotable riqueza de la vida” y aceptar la discontinuidad, el disenso, la heterogenedidad, la diferencia... que la vida nos ofrece.
    +  Así podremos arribar a una sociedad en la que el ideal no sería ya la eficacia y el rendimiento, sino la capacidad de vivir lo bello.
    +  Sólo mediante esta “estetización general” de la vida podremos ofrecer resistencia a esta sociedad y a esta cultura tecnocráticas.
    +  También podremos resistir a nuestras sociedades desarrollistas, dominadas por la “razón instrumental”, practicando la “micropolítica”, es decir, por la vía de las acciones no integrables en el sistema y en estrecha conexión con los nuevos movimientos sociales.


6.     “Politeísmo” de valores y consensos “blandos”

+  No hay valores absolutos.
+  Vivamos “bajo el signo de Diónisos”: exaltación de la vida en su finitud, de los valores múltiples, menguados y parciales, de las realizaciones nunca plenas.
+  Al reconocimiento de estos valores y criterios de validez sólo se puede llegar mediante acuerdos o consensos.
+  Pero los consensos han de ser “blandos”: ni fuertes ni definitivos ni universales.
+  Sólo caben consensos temporales, locales y, por tanto, rescindibles.
+  Esta “ética débil y provisional” es la única que respeta al hombre en lo que tiene de particular, de imprevisible y, en el fondo, de infinito.
+  Vivimos en una sociedad bajo el “síndrome del billete de vuelta”.


7.     Hiperindividualismo hedonista

+  La Postmodernidad significa la “segunda revolución del individualismo” (Lipovetzky).
+  La sociedad consumista e informatizada posibilita el “vivir a la carta”.
+  El lema de este individualismo es: “el mínimo de coacciones y el máximo de elecciones privadas posibles; el mínimo de austeridad y el máximo de deseo”.
+  Sus valores son: hedonismo, respeto por las diferencias, culto a la liberación personal, psicologismo, culto a lo natural, sentido del humor.
+  Es una cultura narcisista y “psi”: el individuo está centrado en la propia realización emocional, da prioridad a la esfera privada y reduce la inversión de carga emocional en el espacio público (abandono de lo político e ideológico).
+  La sociedad postmoderna no tiene ni ídolos ni tabúes; ni imagen gloriosas de sí misma ni proyecto movilizador alguno. Esta regida por el vacío; un vacío que no comporta ni tragedia ni apocalipsis. (El encanto de estar desencantados).
+  Genera un “narcicismo colectivo”: la solidaridad del “microgrupo de idénticos”.
+  Valora lo comunicativo por encima de lo productivo; pero busca una comunicación narcicista: oírse uno a sí mismo.


     Código básico para “circular” por la postmodernidad

1.     Frente a la razón totalizante, el pensamiento débil.
2.     Frente a los “metarrelatos”, los relatos.
3.     Frente a los compromisos definitivos, los “consensos blandos”.
4.     Frente a los valores absolutos, el “politeísmo” de valores.
5.     Frente a la Historia unitaria, las historias parciales.
6.     Frente a un mejor Futuro colectivo, el esteticismo presentista.
7.     Frente a la Universalidad, el fragmento.
8.     Frente a Prometeo, Diónisos y Narciso.
9.     Frente a la militancia, el microgrupo.
10.  Frente a lo productivo, lo comunicativo.
11.  Frente a la uniformidad, la diferencia.


II.        REPERCUSIÓN  EN  LA  VIDA  RELIGIOSA


           +  Desconcierto ante el diálogo con una “cultura del fragmento”.
           +  Necesidad de entender (“intus-legere”) la matriz sociocultural en que vivimos (”formación permanente”).
           +  Discernimiento: “es deber permanente de la Iglesia escrutar a fondo los signos de los tiempos e interpretarlos a la luz del Evangelio” (Gaudium et Spes, n. 4).
           +  Hemos de ser “contemporáneos críticos”.

¿Cómo está influyendo en nosotros?

1.     Dimensión de la Fe

       La matriz sociocultural genera indiferencia religiosa o increencia ambiental y proclama el entierro de las utopías.
       Nos afecta en nuestra “espiritualidad de ida y vuelta”:
          +  En la “ida”: debilita el sentido de trascendencia; dificulta la experiencia profunda del Dios vivo.
          +  En la “vuelta”: espiritualismo desencarnado (“comunidades emocionales”).
  
2.     Dimensión de la Misión

      La matriz socio-cultural genera el “politeísmo de valores”, la vivencia del “ahora”, el presentismo inmediatista, los “consensos blandos”, el hedonismo narcicista.
      Nos afecta en la búsqueda de un apostolado autogratificante o de gratificación inmediata que rehuye el “ad extra” y la cruz.
  
3.     Dimensión de la Afectividad-sexualidad

      La matriz socio-cultural proclama la revolución sexual, la desmoralización del sexo, el “vivir a la carta” a través de proceos de “seducción/sex-ducción”.
      Nos afecta haciendo difícil la autotrascendencia; favoreciendo el narcisismo inmaduro; obstaculizando la abnegación; haciéndonos más vulnerables.

4.     Dimensión de la “Pertenencia

     La matriz socio-cultural es profundamente individualista y tiende a subrayar fuertemente la diferencia y la disidencia. A lo más que induce es a identificaciones grupales, no a grandes pertenencias.

     Nos afecta en nuestra “inserción fuerte y creativa” en la Iglesia, en la pérdida del sentido del cuerpo, en el escepticismo ante los proyectos apostólicos coordinadores.

 Posibilidades y exigencias

       La postmodernidad nos posibilita y nos exige:

1.     Una fe experiencial y “narrativa”

         +  La Postmodernidad concede primacía a la experiencia y valora, frente al “metarrelato” (concepciones globales, abstractas y globalizantes), el relato (una narración que transmite experiencias).
         +  Para la sociedad postmoderna, la “ortopraxis” es más importante que la “ortodoxia”.
         +  La fe ha de brotar hoy de una experiencia profunda del Dios vivo, y sólo podremos contagiarla, no a base de argumentos, sino “narrándola como experiencia propia”.

2.     Una fe inculturada

         +  La Postmodernidad subraya el pluralismo cultural, la fragmentariedad en que nos encontramos. También acentúa el derecho a la diferencia y exige el reconocimiento del otro ensu ser otro.
         +  Vivimos en un policentrismo cultural. Esto plantea a la Iglesia una tarea ineludible: la inculturación de la fe.
         +  En la vida diaria, nos exige “bajar al fragmento”, “pegarnos a lo concreto”, “amar los realtos individuales”.

3.     Una fe dialogante y modesta
      
         +  Ante el pluralismo cultural en que vivimos, no podemos presentar el cristianismo como una receta barata para solucionar todos los problemas.
         +  La modestia habrá de basarse en una “pacífica pasión por la verdad”, lo cual no significa la actitud fanática de quien se cree “poseedor de la verdad”.
         +  Se trata de reconocer que la riqueza insondable de la Verdad permite otros acercamientos sin fin; de estar serenamente convencidos de que –incluso a través de conflictos- toda verdad parcial será finalmente armonizable.


4.     Una fe “fruitiva”

+  Nuestra fe deberá abrirse hoy, fruitiva y gozosamente, a las “inagotables riquezas de la vida”.
+  Deberemos mosgtrar, en la praxis, que nuestro monoteísmo (creemos en un solo Dios que es amor) es compatible con la aceptación de todo lo bueno y bello de la vida.
+  Esto nos conduce a un “humanismo de talante ecuménico”: a gozarnos, sin celos ni recelos, en todo valor humano, venga de donde venga.

 Lo irrenunciable

         +  “La vida religiosa es una forma institucionlizada de recuerdos peligrosos para el mundo“ (J.-B. Metz).
         +  ¿Qué recuerdos son esos que, en esta época postmoderna, debemos recordar peligrosamente con nuestros votos vividos auténticamente y con “nuestro modo de proceder”?

1.     “Memoria Passionis” (función profética)

        +  Ante la tendencia postmoderna al individualismo insolidario y hedonista, y frente a su tenue “micropolítica” de resistencia a los sistemas deshumanizadores, debemos ser “el recuerdo de los sufrimientos de Jesús en los sufrimientos de los hombres”.
        +  Y proclamar que no hay otro más “otro”, más diferente y más desigual que el pobre, el desamparado, el marginado...
        +  El reconocimiento del otro sólo es posible mediante el amor gratuito y solidario.

2.     “Memoria Resurrectionis” (función escatológica)

   +  Ante la Postmodernidad, instalada en la finitud y en lo privado, que ha sustituido el mito del futuro por el mito del presente y ha taponado y roto el sentido de la Historia, hemos de recordar que caminanos hacia el cielo nuevo y una tierra nueva, garantizados en la Resurrección de Jesús.
   +  Y proclamar con nuestra vida que esa “ciudad celeste”, en la que Dios será todo en todos, es al mismo tiempo don de Dios y tarea humana solidaria.
   +  Es posible, ya en la tierra, sembrar Resurrección.
   Com-padecimiento (“Memoria Passionis”) y Esperanza (“Memoria Resurrectionis”): éstos deberían ser, en el hoy postmoderno, nuestros “recuerdos peligrosos”.

(Tomado de Colomer J., S.J., Postmodernidad, fe cristiana y vida religiosa. En: Sal Terrae, Tomo 79, Mayo 1991/5, págs. 413-420, Santander.)


III.      ESPIRITUALIDAD ZEN PARA UNA SOCIEDAD POSTMODERNA

  Quienes vivimos en sociedades influidas por la cultura europea occidental (independientemente del hemisferio en que se encuentren) hemos venido albergando desde hace tiempo la idea de que con la “modernización” hemos alcanzado la cima de nuestro desarrollo histórico. La sociedad occidental moderna ha sido considerada la norma a seguir y a alcanzar por todas las demás.
 Sin embargo, una mirada más extensa a la historia de la tierra y a la historia humana nos ofrece ahora una mejor perspectiva para ver que, de hecho, la así llamada sociedad moderna, con las actitudes y estructuras que ha traído consigo, ha introducido muchos de los factores que están detrás de nuestra crisis actual como comunidad de la tierra.

 Son muchos los que han señalado en la sociedad moderna, entre otros, los siguientes rasgos característicos: 1) individualismo, 2) una visión dualista de la realidad basada en las dicotomías de sujeto-objeto y cuerpo-mente, 3) una visión mecanicista de la naturaleza que percibe a esta como un objeto susceptible de dominio y control humanos, 4) una visión idealizada de la historia basada en el mito del progreso, y 5) una estructura de relaciones interhumanas y entre los seres humanos y la naturaleza de tipo patriarcal, con un sesgo predominantemente masculino.
 Al examinar esas características de la modernidad con más detenimiento, podemos verificar que todas ellas son manifestaciones concretas que tienen por origen un modo de conciencia que opera por igual en los niveles individual y corporativo de nuestro ser. Por decirlo de otra manera, “la sociedad moderna” es la manifestación histórica y colectiva de nuestra conciencia egocéntrica.
 Hemos llegado a un punto de nuestra historia en el que podemos desentrañar la naturaleza aberrante de la sociedad moderna, con sus mitos y las actitudes hacia la realidad que subyacen a estos. Estamos, por tanto, en condiciones de apreciar la necesidad de forjar direcciones alternativas hacia nuestro futuro común, hacia una sociedad postmoderna, como prerrequisito para nuestra supervivencia como comunidad de la tierrra.

 Así pues, ¿cómo concebiremos un futuro común que sea viable, una sociedad postmoderna que nos movilice para curar la tierra herida y llevar una existencia común que nos permita celebrar la vida juntos en lugar de destruirnos unos a otros y cada cual a sí mismo?
 Quienes han abordado los problemas que plantea la modernidad han presentado diferentes escenarios desde las perspectivas literaria, filosófica, sociológica y otras. Sin entrar en excesivos detalles de los argumentos procedentes de diferentes grupos y disciplinas que han contribuido al debate de la modernidad, mantenemos que la sociedad postmoderna, lejos de ser un hecho establecido, continúa siendo un mero ideal en la mente de muchos individuos y que necesitamos tomar decisiones y dar pasos concretos para convertirla en una realidad viable. Tomemos las características de la modernidad arriba señaladas como un punto de partida para examinar las características de una sociedad postmoderna, y así trazar un mapa con trayectorias alternativas para configurar nuestro futuro.

  +  En primer lugar, una sociedad postmoderna habrá de ir más alla del individualismo. Podremos apreciar, entonces, el hecho de que no somos entidades aisladas sino que cada uno de nosotros tiene su existencia en el contexto de una red de interrelaciones con todos cuantos comparten esta vida con nosotros. El reconocimiento de que son nuestras interrelaciones las que nos hacen ser lo que somos nos permitirá superar las tendencias separatistas y divisorias que ha traído consigo el individualismo moderno. No será necesario, sin embargo, negar o renunciar a los avances modernos de nuestra conciencia humana en torno al respeto a los derechos humanos, la dignidad personal y otras nociones afines, sino que éstas se situarán en el contexto de nuestra interconexión e interdependencia como comunidad de la tierra.

  +  En segundo lugar, la postmodernidad avanzará hasta la superación del dualismo  que caracteriza nuestra comprensión de nosotros mismos y del mundo, y que influye en el modo de vivir nuestra corporeidad. Ello implica caminar hacia un sentido renovado de conexión con el mundo, entendiendo la polaridad sujeto-objeto implícita en nuestro pensamiento y actividad no como una forma de ser dicotómica, sino como una condición relacional interactiva y mutuamente participativa. Ésta se traducirá en una forma de conciencia que supere la dicotomía cuerpo-mente, permitiendo una reapropiación de nuestro modo corporal de estar-en-en-mundo en las diversas dimensiones que eso entraña. (Véase Cap. 6 “Este es mi cuerpo”, del Habito R., El aliento curativo. –Espiritualidad Zen para una tierra herida-. San Pablo. Madrid 1994, 151-176,  para una descripción de los elementos que comprende esta forma de conciencia).

  +  En tercer lugar, la sociedad postmoderna podrá superar una concepción mecanicista de la naturaleza. Verá una relación orgánica entre todos los elementos que comprende la naturaleza, a la par que admitirá que nosotros somos una parte íntima de la propia naturaleza. Este modo de ver nos liberará del deseo de dominar o controlar la naturaleza, capacitándonos para participar en el proceso de su continua creatividad, con los dones de racionalidad y previsión propios de los seres humanos. Al contemplar la naturaleza como un organismo vivo, aprenderemos a reconocer los aspectos impredecibles, misteriosos, la cara caótica de la naturaleza en definitiva, sin sentirnos por ello amenazados, sino aceptándola y abrazándola como parte del funcionamiento de las cosas.

  +  En cuarto lugar, una sociedad postmoderna ya no será presa de mito del progreso. En contraste con una sociedad moderna, que se considera a sí misma la vanguardia de la historia avanzando hacia grados cada vez mayores de progreso gracias a las destrezas tecnológicas, la sociedad postmoderna estará mejor equipada para apreciar y apropiarse de los tesoros de la antigüedad, aprendiendo de las sociedades que antaño fueron denominadas primitivas, pero que realmente presentan estilos de vida llenos de sabiduría y sensibilidad hacia nuestra interconexión con la tierra. Ya no estará tentada de rendir culto al ídolo del progreso por sí mismo, siempre a la búsqueda de un futuro mejor, sino que podrá celebrar la vida en su presente “novedad”, esto es, en su “no-edad”.

  +  Finalmente, la postmodernidad será una sociedad postpatriarcal  que pondrá el acento sobre la dimensión femenina de nuestro ser para equilibrar los efectos indeseables del carácter predominantemente masculino de nuestras vidas e instituciones. Esa recuperación nos permitirá avanzar hacia estructuras renovadas de relaciones y modos de comportamiento caracterizados por la cooperación, el cuidado y el apoyo mutuos, en lugar de la competencia, la explotación y la destrucción.
  Sin embargo, como antes se indicaba, esta era postmoderna no irrumpirá de una forma determinista, es decir, como un movimiento inevitable de la historia. Si ha de venir, lo hará en la medida en que haya más personas que tomen conciencia de la situación crítica de nuestra condición presente como comunidad de la tierra, y en tanto estas sientan la necesidad de dar un paso más allá de la mentalidad y estructuras de la modernidad en la sociedad que han dado pie a esa condición, y adopten decisiones concretas al respecto.

 Dicho de otro modo, se requiere por nuestra parte una participación intencional  para el alumbramiento de un mundo postmoderno. Ello exigirá una transformación de nuestra conciencia, que consecuentemente dejará sentir sus efectos en nuestra propia autocomprensión, en nuestras relaciones con los demás y en las estructuras de la sociedad que son manifestaciones visibles de esas relaciones. Esa transformación afectará por igual a las diversas formas de nuestra vida personal y comunitaria, a las manifestaciones culturales, a las expresiones religiosas y a los ámbitos económico, político, educativo, académico, etc.
Estamos llamados a jugar un papel en la construcción de una era postmoderna si consentimos ser transformados en nuestra conciencia, aprendiendo a superar el hechizo que la actitud moderna ejerce en nuestro interior. Se ha repetido a menudo que es necesaria una nueva cosmología para reemplazar a la anterior, asociada con la modernidad. Esa nueva cosmología irá de la mano, y será el cimiento, de una nueva espiritualidad para un mundo postmoderno.

 La espiritualidad postmoderna no proporcionará una vía de escape del mundo real, a partir de ese ideal de desapego malinterpretado que deposita las esperanzas en una dimensión ultraterrena y se basa en una concepción dualista de la realidad. En lugar de eso, será una espiritualidad que, a la vez que lleva al individuo a un desprendimiento radical de la conciencia egocéntrica y de sus deseos ilusorios, le invita a un compromiso total con sus tareas históricas, enraizadas en una visión de conexión con todos los seres que sufren y de compasión por todos ellos. En otras palabras, será una espiritualidad de compromiso que se pone al servicio de la curación de la comunidad de la tierra.
 En un contexto cultural y religiosamente plural, lo que nos hará alcanzar una edad postmoderna no es sino una espiritualidad global. Con esa expresión queremos dar a entender una forma de vida en contacto con lo espiritual, esa energía dinámica y creativa que reside en lo hondo de nuestro ser, dispuesta a recibir inspiración de diferentes tradiciones religiosas sin perder por ello su raigambre en una u otra en particular. Tras el uso del término global  subyace la visión de la tierra como una totalidad, de la misma forma en que los astronautas, desde el espacio, pudieron verla y después mostrárnosla en esas sorprendentes fotografías: una visión sin marca alguna de fronteras nacionales, políticas, religiosas, o cualesquiera otras. (Cf. E.H. Cousins, Global Spirituality: Towards the Meeting of Mystical Paths, Radhakrishnan Institute For Advanced Study in Philosophy, Madras 1985; R. Habito, Towards a Global Spirituality: Buddhist and Christian Contributions, en Zen Buddhism Today: Annual Report of the Kyoto Zen Symposium 8 (1990) 112-123. Cita de Habito R., El aliento, op.cit., 220).

 Una espiritualidad global, por su propia definición, no será el monopolio de ningún grupo o tradición religiosa particulares, sino el fruto de un proceso creativo mediante encuentros y diálogos entre miembros de las distintas tradiciones. Se manifestará tanto en un movimiento horizontal como vertical: el primero implica el enri       quecimiento mu- tuo procedente del encuentro de las tradiciones religiosas del orbe planetario, tal como se indicó; el segundo supone el movimiento descendente de la conciencia humana excavando y descubriendo sus raíces en el corazón de la tierra.
 Esa espiritualidad manifiesta una conciencia profunda de nuestra participación en la red de vida entrelazada que llamamos tierra, y comparte por tanto características básicas con lo que se ha dado en llamar una espiritualidad ecológica. Esta última es una forma de vida que honra y reverencia a la tierra como hogar (del griego oikos, la raíz del término ecología). Entre sus rasgos, concede un merecido reconocimiento y atiende cuidadosamente al lugar  en que esa vida se sutenta, es sensible y está dispuesta a celebrar nuestra naturaleza corporal, y está impregnada de un sentido de misterio cósmico ante la interdependencia de todo cuanto existe. Manifiesta una sensibilidad y una capacidad para escuchar los sonidos de la tierra, incluyendo todo el dolor que proviene de una condición herida, y está dispuesta a responder de modo que conduzca a su curación.

 En breve, una espiritualidad comprometida, que es a su vez global y ecológica, habrá de tomar forma a partir de una visión común de muchas de las personas que, quizá de modos diferentes, compartimos el malestar de la tierra y sentimos la necesidad urgente de forjar nuevos caminos en nuestra conciencia y estilos de vida. Las contribuciones a esa visión común pueden proceder de quienes sean capaces de beber en las fuentes de las ricas tradiciones espirituales que los predecesores de nuestra vida sobre la tierra nos han dejado como herencia.

 En el corazón del Zen se encuentra la experiencia del despertar a la realidad de nuestra interconexión con todo el universo, una realidad accesible a nosotros cuando escuchamos y nos rendimos a la fuerza del aliento. Este despertar tiene como fruto un modo de vida que informa las dimensiones persona, social y ecológica de nuestro ser. Cuando escucha al aliento, la persona despierta está en condiciones de abrir su ser y oír los sonidos de una tierra herida en sus manifestaciones tangibles. Al hacerlo así, toma su fuerza del mismo aliento curativo para transformarse en agente de sanación de esas heridas, de la forma particular en que esté llamada a responder y llevar a cabo tareas concretas, según sus propios dones, talentos y circunstancias vitales.

En otras palabras, la espiritualidad vivida es la base para la transformación de las actitudes e instituciones que configuran nuestra manera de estar en el mundo.
Esto introduce a la estructura básica de la espiritualidad Zen, que, si bien procede de la tradición budista, muestra resonancias profundas con una vida iluminada por el mensaje cristiano. Se trata de una espiritualidad que puede aportarnos luz y fuerza para poner los cimientos de una sociedad postmoderna viable y verdadera, si nos entregamos a ese empeño y asumimos las enormes tareas de curación personal y global que nos aguardan. (R. Habito, El aliento, op.cit, pág. 223, nota 10, nos dice: “Aquí quisiera agradecer la sugerencia para mis exploraciones en torno a una espiritualidad global comprometida al doctor Chandra Muzaffar, un destacado intelectual y crítico social musulmán de Malasia. En 1987 fuimos invitados a un encuentro interreligioso de activistas sociales en Bangkok, Tailandia, auspiciado por el Foro Cultural Asiático para el Desarrollo, por entonces bajo la dirección de Sulak Sivaraksa. Entre los participantes se contaba con miembros de las tradiciones budistas, hindú, musulmana, cristiana, y también maorí (indígenas de Nueva Zelanda). En nuestras conversaciones, el Dr. Muzaffar señaló cómo todos estamos unidos en un lazo de espiritualidad común, caracterizada por una postura de solidaridad con los seres de nuestras sociedades que sufren y están oprimidos, y por un compromiso en las múltiples tareas de liberación en nuestros contextos respectivos. Esa postura, compartida por los participantes, trasciende nuestras diferentes tradiciones religiosas, pero encuentra su sostén y expresión en cada una de ellas.)

(Tomado de: Habito R., El aliento curativo. –Espiritualidad Zen para una tierra herida-. Col. Nuevos Fermentos 16. San Pablo. Madrid 1994, págs. 215-223).
 

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