Modernismo
La modernidad es un concepto filosófico, historiográfico y sociológico que propone un mundo
de metas.En el mundo moderno cada ciudadano se propone sus metas según su
propia voluntad. Se alcanza la meta de una manera lógica y racional, es decir,
sistemáticamente se da un sentido a la vida. En las acciones que se desarrollan
para alcanzar la meta se establecen tres valores: libertad, igualdad y
fraternidad. Por cuestiones de manejo político y de poder se trata de imponer
la lógica y la razón, negándose en la práctica los valores propuestos.
Desde ese punto de vista es similar al concepto kantiano de Ilustración (la mayoría de edad del individuo, que ejerce su razón de
forma autónoma: el Sapere aude), y antes que éste al antropocentrismo humanista del Renacimiento (por ejemplo la Oratio pro homini dignitate de Pico
della Mirandola). Fue muy significativo, para entender la diferente concepción de lo nuevo
entre la Edad Media y la Moderna, el Debate de los antiguos y los modernos.
En la sociología de Michel Freitag, la modernidad es un modo de reproducción de la sociedad basada en
la dimensión política e institucional de sus mecanismos de regulación por
oposición a la tradición, en la que el modo de
reproducción del conjunto y el sentido de las acciones que se cumplen es
regulado por dimensiones culturales y simbólicas particulares. La modernidad es
un cambio ontológico del modo de regulación de la reproducción social basado en una transformación del sentido
temporal de la legitimidad. En la modernidad el
porvenir reemplaza al pasado y racionaliza el juicio de la acción asociada a
los hombres. La modernidad es la posibilidad política reflexiva de cambiar las
reglas del juego de la vida social. La modernidad es también el conjunto de las
condiciones históricas materiales que permiten pensar la emancipación conjunta
de las tradiciones, las doctrinas o las ideologías heredadas, y no
problematizadas por una cultura tradicional.
En términos sociales e históricos, no se llega a la
modernidad con el fin de la Edad Media en el siglo XV, sino tras la
transformación de la sociedad
preindustrial, rural, tradicional, en la sociedad
industrial y urbana moderna; que se produce con la Revolución
industrial y el triunfo del capitalismo.
La superación de la sociedad industrial por la sociedad
postindustrial se ha dado en llamar postmodernidad. La crisis de la
modernidad comenzó hacia el final de la Primera Guwerra Mundial, cambiando la mentalidad y las conciencias así como otros profundos
cambios sociales que derivaron en cambios políticos. También se ha introducido
el término transmodernidad para el mundo caracterizado por la globalización.
Postmodernismo
¿QUE ES
EL POSTMODERNISMO?
por Marco
Antonio de la Rosa Ruiz Esparza, mg.
Dejando de lado algunos datos esporádicos que se remontan hasta la Edad Media , el término
va adoptando sucesivamente la acepción de “renovación”, “norma de cambio”,
“actividad vanguardista” –J.J. Rousseau (1712-1778)-. En el ámbito
artístico-literario, Ch. Baudelaire (1821-1867) asignará a “moderno” el sentido
de efímero, pasajero, transitorio y mundano, sometido a la prueba de la moda y
contrapuesto a lo eterno. K. Marx (1818-1867) amplía el campo de aplicaciones y
con ello también el horizonte de significación; así, en un primer estadio de su
análisis crítico que incide ante todo sobre el ámbito socioeconómico, lo “moderno”
equivale a una categoría más bien negativa que viene a identificarse con la
abstracción y dualismo que alienan al hombre y de cuya superación depende la
realización del hombre; posteriormente, al hacer extensivo su análisis al
ámbito político y tocado él mismo por la visión optimista de la época ante el
progreso, atribuye a la modernidad una noción más positiva: la transición de
una sociedad menos desarrollada a otra más desarrollada en la que se hacen
presentes los nuevos elementos
progresivos –si bien, el progreso no ha de entenderse aquí necesariamente en su
vertiente moral de mejoramiento, sino en el sentido histórico de incremento y
acumulación, con el que se da paso a la liberación del hombre en el nuevo tipo
de sociedad (socialista) que surge-“ (Rubio M., El contexto de la Modernidad y
de la
Postmodernidad. En : Vidal M., Conceptos fundamentales de
ética teológica. Trotta. Madrid 1992, págs. 111-112).
Resumiendo en un cuadro:
Condicionamiento
dialéctico de las funciones epistemológicas de la razón
Tesis (Fase afirmativa) MODERNIDAD:
Apego y
exaltación de la razón; optimismo racionalista, fe en la razón; tiempo de
teorías y sistemas;
Antítesis (fase negativa) POST-MODERNIDAD:
(como
“negación” de la modernidad)
crisis y
acabamiento –muerte- de la razón;
pesimismo,
desconfianza en la razón;
tiempo de
praxis y escepticismo;
Síntesis (fase negativa/positiva) POSTMODERNIDAD:
(como
“superación” de la modernidad)
superación
–en la discontinuidad- de las contradicciones de la modernidad;
nuevo conocer (nuevos
paradigmas):
+ distinción entre uso-abuso de la razón;
+ incorporación de la experiencia y el
sentimiento;
tiempo de sin-razones
e irracionalidad;
transformación
(como hipótesis o como posibilidad real) (Rubio M., op. cit., pág. 137).
I. ¿QUE ES
LA POSTMODERNIDAD?
+ Explicación del “post”: no se trata de una mera sucesión, sino de un
“ajuste de cuentas” con el proyecto
emancipador de la Modernidad.
+ La Postmodernidad, más que un sistema racional es una sensibilidad.
+ Sus
teóricos vienen del Sur: Lyotard, Baudrillard, Vattimo, Lipovetzky...
Rasgos de la Postmodernidad
1)
El desencanto de la razón
+ La razón se
ha convertido en “razón instrumental”, tecnoburocrática: tecnifica las
conciencias y deshumaniza la sociedad.
+ La razón ha dejado de ser transparente. Ya no
puede ser totalizante, fundamentadora, omnicomprensiva.
+ Seamos consecuentes: renunciemos a los
saberes y respuestas últimas. Quedémonos con un pensamiento débil.
2)
El entierro de las utopías
+ Constatación de que el soñado “campo total”
es imposible.
+ ¡Muera Prometeo! ¡Viva Diónisos!
+
Desenmarascamiento de las “divinas palabras”: Progreso, Justicia,
Igualdad, Fraternidad... El “proyecto emancipador” de la Modernidad es pura
retórica.
+ Hay que ser incrédulo ante los “metarrelatos”
(cosmovisiones globales portadoras de sentido).
+ Sólo existen relatos, pequeños y
fragmentarios.
3)
Crítica del cristianismo como “metarrelato”
+ Hay que ser consecuentes con el grito de
Nietzche, “!Dios ha muerto!”: hay que borrar su sombra.
+ La “sombra de Dios” son esas palabras tan
mayúsculas y tan absolutas como “Libertad”, “Hombre”, “Justicia”, “Igualdad”...
+ La ”muerte de Dios” significa, simplemente,
que nos hemos quedado sin valores últimos, absolutos.
+ Esto es un “nihilismo positivo”: abre al
hombre la posibilidad de ir dando valor, creativamente, a las cosas.
+ Además, el cristianismo se presenta como un
“metarrelato” (un proyecto que pretende dar un sentido único y totalizante a la
vida). Tiene, pues, funciones manipuladoras y totalitarias.
4.- El fin de la Historia
+ Vivimos en un tiempo sin
horizonte histórico, sin orientación ni visión de la totalidad.
+
Esto se debe a que los “mass-media” nos saturan de información, sin
permitir a la noticia durar ni al destinatario reflexionar sobre ella.
+
Con este continuo presentismo de los acontecimientos que nos ofrecen los
“mass-media”, hemos perdido el marco de referencia de la Historia.
+
Vivimos en la inmediatez, en el presente. Nos movemos en un espacio sin
horizonte.
+
No hay una Historia conjunta que se dirija a una meta.
5.
Esteticismo presentista y micropolítica
+ No
hay que escapar del presente, sino disfrutarlo: “carpe diem”.
+
Frente a la “razón instrumental”, que se acerca a la vida buscando lo
que sirve para otra cosa, hay que tener el “pensamiento de la intuición”, es
decir, disfrutar los momentos de la vida por sí mismos.
+
Hay que abrirse, a cada momento, a la “inagotable riqueza de la vida” y
aceptar la discontinuidad, el disenso, la heterogenedidad, la diferencia... que
la vida nos ofrece.
+ Así podremos arribar a una
sociedad en la que el ideal no sería ya la eficacia y el rendimiento, sino la
capacidad de vivir lo bello.
+
Sólo mediante esta “estetización general” de la vida podremos ofrecer
resistencia a esta sociedad y a esta cultura tecnocráticas.
+
También podremos resistir a nuestras sociedades desarrollistas,
dominadas por la “razón instrumental”, practicando la “micropolítica”, es
decir, por la vía de las acciones no integrables en el sistema y en estrecha
conexión con los nuevos movimientos sociales.
6. “Politeísmo” de valores y
consensos “blandos”
+ No hay valores absolutos.
+ Vivamos “bajo el signo de Diónisos”:
exaltación de la vida en su finitud, de los valores múltiples, menguados y
parciales, de las realizaciones nunca plenas.
+ Al reconocimiento de estos valores y
criterios de validez sólo se puede llegar mediante acuerdos o consensos.
+ Pero los consensos han de ser “blandos”: ni
fuertes ni definitivos ni universales.
+ Sólo caben consensos temporales, locales y,
por tanto, rescindibles.
+ Esta “ética débil y provisional” es la única
que respeta al hombre en lo que tiene de particular, de imprevisible y, en el
fondo, de infinito.
+ Vivimos en una sociedad bajo el “síndrome del
billete de vuelta”.
7.
Hiperindividualismo hedonista
+ La Postmodernidad significa la “segunda
revolución del individualismo” (Lipovetzky).
+ La sociedad consumista e informatizada
posibilita el “vivir a la carta”.
+ El lema de este individualismo es: “el mínimo
de coacciones y el máximo de elecciones privadas posibles; el mínimo de
austeridad y el máximo de deseo”.
+ Sus valores son: hedonismo, respeto por las
diferencias, culto a la liberación personal, psicologismo, culto a lo natural,
sentido del humor.
+ Es una cultura narcisista y “psi”: el
individuo está centrado en la propia realización emocional, da prioridad a la
esfera privada y reduce la inversión de carga emocional en el espacio público
(abandono de lo político e ideológico).
+ La sociedad postmoderna no tiene ni ídolos ni
tabúes; ni imagen gloriosas de sí misma ni proyecto movilizador alguno. Esta
regida por el vacío; un vacío que no comporta ni tragedia ni apocalipsis. (El
encanto de estar desencantados).
+ Genera un “narcicismo colectivo”: la
solidaridad del “microgrupo de idénticos”.
+ Valora lo comunicativo por encima de lo
productivo; pero busca una comunicación narcicista: oírse uno a sí mismo.
Código básico para “circular” por la
postmodernidad
1. Frente a la razón totalizante, el pensamiento débil.
2. Frente a los “metarrelatos”, los relatos.
3. Frente a los compromisos definitivos, los “consensos blandos”.
4. Frente a los valores absolutos, el “politeísmo” de valores.
5. Frente a la Historia unitaria, las historias parciales.
6. Frente a un mejor Futuro colectivo, el esteticismo presentista.
7. Frente a la Universalidad, el fragmento.
8. Frente a Prometeo, Diónisos y Narciso.
9. Frente a la militancia, el microgrupo.
10. Frente a lo productivo, lo comunicativo.
11. Frente a la uniformidad, la diferencia.
II.
REPERCUSIÓN EN LA
VIDA RELIGIOSA
+ Desconcierto ante el diálogo
con una “cultura del fragmento”.
+ Necesidad de entender
(“intus-legere”) la matriz sociocultural en que vivimos (”formación
permanente”).
+ Discernimiento: “es deber
permanente de la Iglesia escrutar a fondo los signos de los tiempos e
interpretarlos a la luz del Evangelio” (Gaudium
et Spes, n. 4).
+ Hemos de ser “contemporáneos
críticos”.
¿Cómo
está influyendo en nosotros?
1. Dimensión de la Fe
La matriz sociocultural
genera indiferencia religiosa o increencia ambiental y proclama el entierro de
las utopías.
Nos afecta en nuestra
“espiritualidad de ida y vuelta”:
+ En la “ida”: debilita el
sentido de trascendencia; dificulta la experiencia profunda del Dios vivo.
+ En la “vuelta”: espiritualismo
desencarnado (“comunidades emocionales”).
2. Dimensión de la Misión
La matriz
socio-cultural genera el “politeísmo de valores”, la vivencia del “ahora”, el
presentismo inmediatista, los “consensos blandos”, el hedonismo narcicista.
Nos afecta en la búsqueda de
un apostolado autogratificante o de gratificación inmediata que rehuye el “ad
extra” y la cruz.
3. Dimensión de la
Afectividad-sexualidad
La matriz socio-cultural proclama la
revolución sexual, la desmoralización del sexo, el “vivir a la carta” a través
de proceos de “seducción/sex-ducción”.
Nos afecta haciendo difícil la
autotrascendencia; favoreciendo el narcisismo inmaduro; obstaculizando la
abnegación; haciéndonos más vulnerables.
4. Dimensión de la “Pertenencia ”
La matriz socio-cultural es profundamente
individualista y tiende a subrayar fuertemente la diferencia y la disidencia. A lo más
que induce es a identificaciones grupales, no a grandes pertenencias.
Nos afecta en nuestra “inserción fuerte y creativa”
en la Iglesia, en la pérdida del sentido del cuerpo, en el escepticismo ante
los proyectos apostólicos coordinadores.
Posibilidades y exigencias
La postmodernidad nos posibilita y nos exige:
1. Una fe experiencial y
“narrativa”
+ La
Postmodernidad concede primacía a la experiencia y valora, frente al
“metarrelato” (concepciones globales, abstractas y globalizantes), el relato
(una narración que transmite experiencias).
+ Para la sociedad postmoderna, la “ortopraxis”
es más importante que la “ortodoxia”.
+ La fe ha de brotar hoy de una
experiencia profunda del Dios vivo, y sólo podremos contagiarla, no a base de
argumentos, sino “narrándola como experiencia propia”.
2. Una fe inculturada
+ La Postmodernidad subraya el pluralismo
cultural, la fragmentariedad en que nos encontramos. También acentúa el derecho
a la diferencia y exige el reconocimiento del otro ensu ser otro.
+ Vivimos en un policentrismo
cultural. Esto plantea a la Iglesia una tarea ineludible: la inculturación de
la fe.
+ En la vida diaria, nos exige
“bajar al fragmento”, “pegarnos a lo concreto”, “amar los realtos
individuales”.
3. Una fe dialogante y modesta
+ Ante el pluralismo cultural en que vivimos,
no podemos presentar el cristianismo como una receta barata para solucionar
todos los problemas.
+ La modestia habrá de basarse en
una “pacífica pasión por la verdad”, lo cual no significa la actitud fanática
de quien se cree “poseedor de la verdad”.
+ Se trata de reconocer que la
riqueza insondable de la Verdad permite otros acercamientos sin fin; de estar
serenamente convencidos de que –incluso a través de conflictos- toda verdad parcial
será finalmente armonizable.
4. Una fe “fruitiva”
+ Nuestra fe deberá abrirse hoy, fruitiva y
gozosamente, a las “inagotables riquezas de la vida”.
+ Deberemos mosgtrar, en la praxis, que nuestro
monoteísmo (creemos en un solo Dios que es amor) es compatible con la
aceptación de todo lo bueno y bello de la vida.
+ Esto nos conduce a un “humanismo de talante
ecuménico”: a gozarnos, sin celos ni recelos, en todo valor humano, venga de
donde venga.
Lo irrenunciable
+ “La vida religiosa es una forma
institucionlizada de recuerdos peligrosos para el mundo“ (J.-B. Metz).
+ ¿Qué recuerdos son esos que, en
esta época postmoderna, debemos recordar peligrosamente con nuestros votos
vividos auténticamente y con “nuestro modo de proceder”?
1. “Memoria Passionis”
(función profética)
+ Ante la tendencia postmoderna al
individualismo insolidario y hedonista, y frente a su tenue “micropolítica” de
resistencia a los sistemas deshumanizadores, debemos ser “el recuerdo de los sufrimientos de Jesús en los sufrimientos de los
hombres”.
+ Y proclamar que no hay otro más “otro”, más
diferente y más desigual que el pobre, el desamparado, el marginado...
+ El reconocimiento del otro sólo
es posible mediante el amor gratuito y solidario.
2. “Memoria Resurrectionis”
(función escatológica)
+ Ante la Postmodernidad,
instalada en la finitud y en lo privado, que ha sustituido el mito del futuro
por el mito del presente y ha taponado y roto el sentido de la Historia, hemos
de recordar que caminanos hacia el cielo
nuevo y una tierra nueva, garantizados en la Resurrección de Jesús.
+ Y
proclamar con nuestra vida que esa “ciudad celeste”, en la que Dios será todo en
todos, es al mismo tiempo don de Dios y tarea humana solidaria.
+ Es
posible, ya en la tierra, sembrar Resurrección.
Com-padecimiento (“Memoria Passionis”) y
Esperanza (“Memoria Resurrectionis”): éstos deberían ser, en el hoy
postmoderno, nuestros “recuerdos peligrosos”.
(Tomado de
Colomer J., S.J., Postmodernidad, fe cristiana y vida religiosa. En: Sal
Terrae, Tomo 79, Mayo 1991/5, págs. 413-420, Santander.)
III. ESPIRITUALIDAD ZEN PARA
UNA SOCIEDAD POSTMODERNA
Quienes vivimos
en sociedades influidas por la cultura europea occidental (independientemente
del hemisferio en que se encuentren) hemos venido albergando desde hace tiempo
la idea de que con la “modernización” hemos alcanzado la cima de nuestro
desarrollo histórico. La sociedad occidental moderna ha sido considerada la
norma a seguir y a alcanzar por todas las demás.
Sin
embargo, una mirada más extensa a la historia de la tierra y a la historia
humana nos ofrece ahora una mejor perspectiva para ver que, de hecho, la así
llamada sociedad moderna, con las actitudes y estructuras que ha traído
consigo, ha introducido muchos de los factores que están detrás de nuestra
crisis actual como comunidad de la tierra.
Son muchos los que han
señalado en la sociedad moderna, entre otros, los siguientes rasgos
característicos: 1) individualismo, 2) una visión dualista de la realidad
basada en las dicotomías de sujeto-objeto y cuerpo-mente, 3) una visión
mecanicista de la naturaleza que percibe a esta como un objeto susceptible de
dominio y control humanos, 4) una visión idealizada de la historia basada en el
mito del progreso, y 5) una estructura de relaciones interhumanas y entre los
seres humanos y la naturaleza de tipo patriarcal, con un sesgo
predominantemente masculino.
Al examinar esas
características de la modernidad con más detenimiento, podemos verificar que
todas ellas son manifestaciones concretas que tienen por origen un modo de
conciencia que opera por igual en los niveles individual y corporativo de
nuestro ser. Por decirlo de otra manera, “la
sociedad moderna” es la manifestación histórica y colectiva de nuestra
conciencia egocéntrica.
Hemos llegado a un punto de
nuestra historia en el que podemos desentrañar la naturaleza aberrante de la
sociedad moderna, con sus mitos y las actitudes hacia la realidad que subyacen
a estos. Estamos, por tanto, en condiciones de apreciar la necesidad de forjar
direcciones alternativas hacia nuestro futuro común, hacia una sociedad postmoderna, como prerrequisito para
nuestra supervivencia como comunidad de la tierrra.
Así pues, ¿cómo concebiremos
un futuro común que sea viable, una sociedad postmoderna que nos movilice para
curar la tierra herida y llevar una existencia común que nos permita celebrar
la vida juntos en lugar de destruirnos unos a otros y cada cual a sí mismo?
Quienes han abordado los
problemas que plantea la modernidad han presentado diferentes escenarios desde
las perspectivas literaria, filosófica, sociológica y otras. Sin entrar en
excesivos detalles de los argumentos procedentes de diferentes grupos y
disciplinas que han contribuido al debate de la modernidad, mantenemos que la
sociedad postmoderna, lejos de ser un hecho establecido, continúa siendo un
mero ideal en la mente de muchos individuos y que necesitamos tomar decisiones
y dar pasos concretos para convertirla en una realidad viable. Tomemos las
características de la modernidad arriba señaladas como un punto de partida para
examinar las características de una sociedad postmoderna, y así trazar un mapa
con trayectorias alternativas para configurar nuestro futuro.
+ En primer lugar, una sociedad
postmoderna habrá de ir más alla del individualismo.
Podremos apreciar, entonces, el hecho de que no somos entidades aisladas
sino que cada uno de nosotros tiene su existencia en el contexto de una red de
interrelaciones con todos cuantos comparten esta vida con nosotros. El
reconocimiento de que son nuestras interrelaciones las que nos hacen ser lo que
somos nos permitirá superar las tendencias separatistas y divisorias que ha
traído consigo el individualismo moderno. No será necesario, sin embargo, negar
o renunciar a los avances modernos de nuestra conciencia humana en torno al
respeto a los derechos humanos, la dignidad personal y otras nociones afines,
sino que éstas se situarán en el contexto de nuestra interconexión e
interdependencia como comunidad de la tierra.
+ En segundo lugar, la
postmodernidad avanzará hasta la superación del dualismo que caracteriza
nuestra comprensión de nosotros mismos y del mundo, y que influye en el modo de
vivir nuestra corporeidad. Ello implica caminar hacia un sentido renovado de
conexión con el mundo, entendiendo la polaridad sujeto-objeto implícita en
nuestro pensamiento y actividad no como una forma de ser dicotómica, sino como
una condición relacional interactiva y mutuamente participativa. Ésta se
traducirá en una forma de conciencia que supere la dicotomía cuerpo-mente,
permitiendo una reapropiación de nuestro modo corporal de estar-en-en-mundo en
las diversas dimensiones que eso entraña. (Véase Cap. 6 “Este es mi cuerpo”,
del Habito R., El aliento curativo. –Espiritualidad
Zen para una tierra herida-. San Pablo. Madrid 1994, 151-176, para una descripción de los elementos que
comprende esta forma de conciencia).
+ En tercer lugar, la sociedad
postmoderna podrá superar una concepción mecanicista de la naturaleza. Verá
una relación orgánica entre todos los
elementos que comprende la naturaleza, a la par que admitirá que nosotros somos
una parte íntima de la propia naturaleza. Este modo de ver nos liberará del
deseo de dominar o controlar la naturaleza, capacitándonos para participar en
el proceso de su continua creatividad, con los dones de racionalidad y
previsión propios de los seres humanos. Al contemplar la naturaleza como un
organismo vivo, aprenderemos a reconocer los aspectos impredecibles, misteriosos,
la cara caótica de la naturaleza en
definitiva, sin sentirnos por ello amenazados, sino aceptándola y abrazándola
como parte del funcionamiento de las cosas.
+ En cuarto lugar, una sociedad
postmoderna ya no será presa de mito del progreso. En contraste con una
sociedad moderna, que se considera a sí misma la vanguardia de la historia
avanzando hacia grados cada vez mayores de progreso gracias a las destrezas
tecnológicas, la sociedad postmoderna estará mejor equipada para apreciar y
apropiarse de los tesoros de la antigüedad, aprendiendo de las sociedades que
antaño fueron denominadas primitivas, pero que realmente presentan estilos de
vida llenos de sabiduría y sensibilidad hacia nuestra interconexión con la tierra. Ya no estará
tentada de rendir culto al ídolo del progreso por sí mismo, siempre a la
búsqueda de un futuro mejor, sino que podrá celebrar la vida en su presente
“novedad”, esto es, en su “no-edad”.
+ Finalmente, la postmodernidad
será una sociedad postpatriarcal que pondrá el acento sobre la dimensión
femenina de nuestro ser para equilibrar los efectos indeseables del carácter
predominantemente masculino de nuestras vidas e instituciones. Esa recuperación
nos permitirá avanzar hacia estructuras renovadas de relaciones y modos de comportamiento
caracterizados por la cooperación, el cuidado y el apoyo mutuos, en lugar de la
competencia, la explotación y la destrucción.
Sin
embargo, como antes se indicaba, esta era postmoderna no irrumpirá de una forma
determinista, es decir, como un movimiento inevitable de la historia. Si ha de
venir, lo hará en la medida en que haya más personas que tomen conciencia de la
situación crítica de nuestra condición presente como comunidad de la tierra, y
en tanto estas sientan la necesidad de dar un paso más allá de la mentalidad y
estructuras de la modernidad en la sociedad que han dado pie a esa condición, y
adopten decisiones concretas al respecto.
Dicho de otro modo, se
requiere por nuestra parte una participación
intencional para el alumbramiento de
un mundo postmoderno. Ello exigirá una transformación de nuestra conciencia, que
consecuentemente dejará sentir sus efectos en nuestra propia autocomprensión,
en nuestras relaciones con los demás y en las estructuras de la sociedad que
son manifestaciones visibles de esas relaciones. Esa transformación afectará
por igual a las diversas formas de nuestra vida personal y comunitaria, a las
manifestaciones culturales, a las expresiones religiosas y a los ámbitos
económico, político, educativo, académico, etc.
Estamos llamados a jugar un papel en la construcción de una era
postmoderna si consentimos ser transformados en nuestra conciencia, aprendiendo
a superar el hechizo que la actitud moderna ejerce en nuestro interior. Se ha
repetido a menudo que es necesaria una nueva cosmología para reemplazar a la
anterior, asociada con la
modernidad. Esa nueva cosmología irá de la mano, y será el
cimiento, de una nueva espiritualidad para un mundo postmoderno.
La espiritualidad postmoderna
no proporcionará una vía de escape del mundo real, a partir de ese ideal de
desapego malinterpretado que deposita las esperanzas en una dimensión
ultraterrena y se basa en una concepción dualista de la realidad. En lugar de
eso, será
una espiritualidad que, a la vez que lleva al individuo a un desprendimiento
radical de la conciencia egocéntrica y de sus deseos ilusorios, le invita a un
compromiso total con sus tareas históricas, enraizadas en una visión de
conexión con todos los seres que sufren y de compasión por todos ellos. En otras
palabras, será una espiritualidad de compromiso que se pone al servicio de la
curación de la comunidad de la tierra.
En un contexto cultural y
religiosamente plural, lo que nos hará alcanzar una edad postmoderna no es sino
una espiritualidad global. Con esa
expresión queremos dar a entender una forma de vida en contacto con lo espiritual, esa energía dinámica y
creativa que reside en lo hondo de nuestro ser, dispuesta a recibir inspiración
de diferentes tradiciones religiosas sin perder por ello su raigambre en una u
otra en particular. Tras el uso del término global subyace la visión de la tierra como una
totalidad, de la misma forma en que los astronautas, desde el espacio, pudieron
verla y después mostrárnosla en esas sorprendentes fotografías: una visión sin
marca alguna de fronteras nacionales, políticas, religiosas, o cualesquiera
otras. (Cf. E.H.
Cousins, Global Spirituality: Towards the Meeting of Mystical Paths,
Radhakrishnan Institute For Advanced Study in Philosophy, Madras
1985; R. Habito, Towards a Global
Spirituality: Buddhist and Christian Contributions, en Zen Buddhism Today:
Annual Report of the Kyoto
Zen Symposium 8 (1990) 112-123. Cita de Habito R.,
El aliento, op.cit., 220).
Una espiritualidad global,
por su propia definición, no será el monopolio de ningún grupo o tradición
religiosa particulares, sino el fruto de un proceso creativo mediante
encuentros y diálogos entre miembros de las distintas tradiciones. Se manifestará tanto en un movimiento horizontal como vertical: el
primero implica el enri quecimiento
mu- tuo procedente del encuentro de las tradiciones religiosas del orbe
planetario, tal como se indicó; el segundo supone el movimiento descendente de
la conciencia humana excavando y descubriendo sus raíces en el corazón de la tierra.
Esa espiritualidad manifiesta
una conciencia profunda de nuestra participación en la red de vida entrelazada
que llamamos tierra, y comparte por tanto características básicas con lo que se
ha dado en llamar una espiritualidad ecológica. Esta última es una forma de
vida que honra y reverencia a la tierra como hogar (del griego oikos, la raíz del término ecología). Entre sus rasgos, concede un
merecido reconocimiento y atiende cuidadosamente al lugar en que esa vida se
sutenta, es sensible y está dispuesta a celebrar nuestra naturaleza corporal, y
está impregnada de un sentido de misterio cósmico ante la interdependencia de
todo cuanto existe. Manifiesta una sensibilidad y una capacidad para escuchar
los sonidos de la tierra, incluyendo todo el dolor que proviene de una
condición herida, y está dispuesta a responder de modo que conduzca a su
curación.
En breve, una espiritualidad
comprometida, que es a su vez global y ecológica, habrá de tomar forma a partir
de una visión común de muchas de las personas que, quizá de modos diferentes,
compartimos el malestar de la tierra y sentimos la necesidad urgente de forjar
nuevos caminos en nuestra conciencia y estilos de vida. Las contribuciones a
esa visión común pueden proceder de quienes sean capaces de beber en las
fuentes de las ricas tradiciones espirituales que los predecesores de nuestra
vida sobre la tierra nos han dejado como herencia.
En el corazón del Zen se encuentra la
experiencia del despertar a la realidad de nuestra interconexión con todo el universo,
una realidad accesible a nosotros cuando escuchamos y nos rendimos a la fuerza
del aliento. Este despertar tiene como fruto un modo de vida que informa las
dimensiones persona, social y ecológica de nuestro ser. Cuando escucha al
aliento, la persona despierta está en condiciones de abrir su ser y oír los
sonidos de una tierra herida en sus manifestaciones tangibles. Al hacerlo así,
toma su fuerza del mismo aliento curativo para transformarse en agente de
sanación de esas heridas, de la forma particular en que esté llamada a
responder y llevar a cabo tareas concretas, según sus propios dones, talentos y
circunstancias vitales.
En otras palabras, la espiritualidad vivida es la base para la
transformación de las actitudes e instituciones que configuran nuestra manera
de estar en el mundo.
Esto introduce a la estructura básica de la espiritualidad Zen ,
que, si bien procede de la tradición budista, muestra resonancias profundas con
una vida iluminada por el mensaje cristiano. Se trata de una espiritualidad que
puede aportarnos luz y fuerza para poner los cimientos de una sociedad
postmoderna viable y verdadera, si nos entregamos a ese empeño y asumimos las
enormes tareas de curación personal y global que nos aguardan. (R. Habito, El
aliento, op.cit, pág. 223, nota 10, nos dice: “Aquí quisiera agradecer la
sugerencia para mis exploraciones en torno a una espiritualidad global comprometida al doctor Chandra Muzaffar, un
destacado intelectual y crítico social musulmán de Malasia. En 1987 fuimos
invitados a un encuentro interreligioso de activistas sociales en Bangkok,
Tailandia, auspiciado por el Foro Cultural Asiático para el Desarrollo, por
entonces bajo la dirección de Sulak Sivaraksa. Entre los participantes se
contaba con miembros de las tradiciones budistas, hindú, musulmana, cristiana,
y también maorí (indígenas de Nueva Zelanda). En nuestras conversaciones, el
Dr. Muzaffar señaló cómo todos estamos unidos en un lazo de espiritualidad común, caracterizada por
una postura de solidaridad con los seres de nuestras sociedades que sufren y
están oprimidos, y por un compromiso en las múltiples tareas de liberación en
nuestros contextos respectivos. Esa postura, compartida por los participantes,
trasciende nuestras diferentes tradiciones religiosas, pero encuentra su sostén
y expresión en cada una de ellas.)
(Tomado de: Habito R., El aliento curativo. –Espiritualidad Zen para
una tierra herida-. Col. Nuevos Fermentos 16. San Pablo. Madrid 1994, págs.
215-223).
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