por Carlos A. Trevisi
Habiendo pasado los setenta creo que ha llegado la hora de dar por terminada la campaña. ¿Significa
esto que me apoltronaré en un sillón de orejas a escribir máximas para mis
hijos?
Pues no. Otra
campaña me espera. La síntesis de todas las campañas. Esa en la que habrá que
leer entre líneas para evaluar si he vivido o sólo estado de visita en este
mundo.
Las sucesivas
crisis que me tocaron vivir –las personales entre otras, casi siempre derivadas
de aquellas que sobrevenían inesperadamente y me dejaban con el culo al
aire- y un espíritu inclaudicable por
husmear aquí y allá me han dado la oportunidad de ver las cosas desde las cosas
mismas. Si bien siempre ha habido una carga subjetiva intransferible, me he
implicado de modo que mi propia existencia incidiera lo menos posible en
aquello que se asomaba por las llanuras de mis primeros años, las
incertidumbres de las escarpadas tierras de mi adolescencia, o las recelosas
montañas de una adultez que no llegué nunca del todo a escalar, entre otras
cosas, por falta de talento.
Esto no obstante
alcancé a ver entre líneas más de un matiz que normalmente escapa a la simple
percepción, y hasta al pensamiento y a la fragilidad de las reflexiones que,
debo decir, sólo en algunos casos lograron transformarme en un ver-dadero
estratega de la vida: apenas si llegué a conclusiones que, en esta última etapa
–a coffin waiting for me round the corner- pareciera que comienzan a surgir
atropellándose unas con otras not far from the wooden box.
Permítaseme lo
que sigue.
Es en la
vejez donde se juntan el tiempo y el
espacio; cuando en un recodo del camino, un día cualquiera, comenzamos a
deslizarnos hacia la nada.
Sonreiremos si
nuestra vida ha sido más pródiga en actos que en testimonios; si acaudalamos vivencias
ricas en afectos; si hemos tenido con quien compartir nuestros proyectos; si
perduramos en aquellos que nos vieron; si hemos amado y nos hemos dejado amar;
si hemos sido en los demás; si hemos llegado a ver semejanzas cuando nos
aturdían las diferencias. Si hemos acompañado a los pobres; a los
homosexuales; a los desgraciados.
Si hemos sido
valientes para poner a los canallas en su lugar.
Lloraremos
nuestra soledad si el egoísmo nos ha impedido el encuentro con aquellos cuyo
valor no hemos reconocido; si hemos desperdiciado las o-portunidades para
relacionarnos con quienes han puesto en acto sus vidas; si hemos sido ajenos
al quehacer de los que
han descubierto que siempre se está a tiempo de encarar iniciativas
para compartir con los demás. Y
lloraremos por no haber sabido llegar a los necios ignorantes con quienes nos
hemos topado a lo largo de nuestra existencia, los que ven todo en blanco y
negro, los que tienen la dicha de no dudar; los que condenan; los que anudan
razones desde la sinrazón de su ignorancia y las transforman en verdades.
Reflexionaremos
acerca de los afectos perdidos y retornaremos a los lugares que nos han visto
crecer.
Recordaremos a
los viejos amigos que ya no están; los árboles que hemos plantado para
que otras gentes disfruten de su
sombra; las cosas que hemos escrito; las batallas perdidas y las guerras
ganadas. En fin, recordaremos todo aquello que se ha devorado el tiempo sin
que pudiéramos evitarlo.
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