por Carlos A. Trevisi
Te concedo un lugar de privilegio entre mis desmesuradas
inclinaciones. Acaso, al igual que yo, amigo lector, palpites con ese derramamiento ordenado
de tinta que inyecta noticias y comentarios, apabulla con deportes bárbaros de
balón y de pie, despabila jovencitos y tranquiliza solitarios a cinco mil
pesetas todo incluido; despierta anhelos y enojos (en mi mujer que reniega
porque lo llevo a la cama conmigo), inocula el vicio de la lectura fugaz en un
recorrido de títulos, y alienta concienzudos análisis (que la realidad
desmiente a cada paso) en arrebañados politicastros de derechas o de
izquierdas, o en pulcros “independientes” que no han necesitado pastor porque
optaron por no meterse en el bosque, donde el lobo está.
Tu presencia ha
servido a los intereses de la libertad y de la democracia. Te has comprometido
con la verdad y con la cultura. Has llenado tus páginas con firmas cumbres, has
sido crítico, has fomentado el diálogo, supiste ponerte en común, defender
causas perdidas...
Sin embargo, tu importancia no está sólo dada por el
derramamiento de tinta que tiñe tu papel, ni por las noticias que brindas, sino
también porque has venido sirviendo a otros menesteres, acaso menos piadosos
pero no por eso desdeñables: ya en el piso, como altenativa del felpudo en días
de humedad; hecho un bollo para encender la estufa, o estilizado florete para
recónditos pilotos de antiguos calentadores; útil en el planchado de casimires
o gabardinas, para evitar su brillo; como almohadilla de papeles más propios
-papel madera- para absorber el aceite embebido en croquetas o carnes
empanadas; hecho sombrero sobre la cabeza de un niño o abundando, prieto,
dentro del calzado cogido por un aguacero; galano, aunque inestable navio,
corriendo a lo largo de bordillos puebleros impulsado por correntadas
pluviales; como limpiavidrios; para que el niño aprenda a usar la tijera, para
recortar perfiles o para hacer “collages”; como separador de cristalería, para
proteger cuadros en las mudanzas, como falso relleno en tapicerías, para
envolver pescado fresco, para separar barras de hielo, y hasta para prestar
higiene, en la escasez de la pobreza o en la miseria de las guerras, a la
sensible y nervuda anilla del tracto excretor.
Aunque tu papilífera
servidumbre haya ido cediendo ante nuevos materiales creados “ad hoc”:
esponjas, secadores, separadores de nylon, gorritos de cotillón, planchas a
vapor, cartulinas para recortar, láminas de plástico con ampollas de aire...,
mantendrás tus fueros a través de Internet, que hará palpitar tu alma
comunicadora con un derrame de bitios que inyectará noticias, apabullará con
deportes bárbaros de balón y de pie, despabilará jovencitos y...
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