Hace por lo menos dos décadas que el mundo ha pegado un cambio. De
resultas, hemos pasado de una sociedad de “clases” a una sociedad de
“individuos”. Las instituciones que albergaba ese mundo, que va quedando
irremediablemente atrás, ya no cuentan en la medida en que solían hacerlo; la
“lucha de clases” se ha transformado en una feroz lucha cuerpo a cuerpo.
El “mercado” se ha apoderado de las instituciones. Ante tamaño
cambio nos quedan dos caminos: o permanecemos a la espera de que mágicamente el
“mercado” nos devuelva todo aquello de lo que se ha apoderado (lo cual es
francamente imposible), o nos mandamos a participar de este nuevo mundo en el
que vamos a tener que vivir, indefectiblemente, nuestros hijos y nosotros, ya
viejos.
La educación pública
ha funcionado durante años desde
el estado, lo que otrora significaba para la gente que pertenecía a una clase social a la
que no alcanzaba la igualdad de oportunidades. Hoy día la educación pública
debe llegar, no ya a una clase
social, sino a todos los individuos de la sociedad, uno por uno, para que se asuman como
personas únicas en sí mismas y como ciudadanos de la “polis”.
En la escuela pública
se tiene que conseguir que toda la gente
sea todo a la vez, porque
la escuela pública tiene que brindar una formación tal que autorice a todos los ciudadanos a optar, influir, decidir, participar
en la decisión del todo.
Si aspiramos a
conseguir que “toda la gente sea todo a la vez”, que sea armónica en sus
actitudes, que despierte a su individualismo, que se sienta persona, la
educación pública no puede seguir funcionando desde
un estado que no reconoce su individualidad, que obliga a la obediencia, que
estandariza la vida tal cual hace 20 o 30 años, cuando su cometido era hacer
realidad la igualdad de oportunidades.
Ahora,
en estos tiempos que corren, habrá que abordar la escuela pública desde otra perspectiva, la de una
democracia participativa, multitudinaria, que atenúe la “dictadura” del
estado transformándolo en garante de sus decisiones; una democracia que
revalorice al individuo; una democracia de multitudes como la que floreció en
Seattle, o en Buenos Aires con sus cacerolazos, o en Génova (Italia); una democracia que involucre orgánicamente a todas las
fuerzas vivas de la sociedad: a las asociaciones de las que se vale la
ciudadanía cotidianamente (desde empresarios hasta AMPAs) porque todas ellas
constituyen el tejido social donde se manifiesta la ciudadanía en la recreación
de sus propias metas, porque todas ellas tienen que ver con la educación.
La democracia se basa
en que todo el mundo vota y en una sociedad en la que la gran mayoría son
ignorantes, la influencia que tiene el peso de los ignorantes en la toma de
decisiones es determinante de su fracaso. Y no se trata de la ignorancia de los
datos, sino la del conocimiento: “la ignorancia
de quienes no saben expresar sus demandas sociales, que no saben entender un
texto sencillo, un discurso de una manera crítica, que no saben participar en
una argumentación; esa ignorancia que los inhibe de desarrollar la capacidad de
buscar, contrastar, discernir, descartar, elegir; esa ignorancia que coarta el
crecimiento de la sociedad y que ya ha llegado a gran número de universitarios”
(Savater). Una sociedad que tiene que hacer entender a sus políticos que
son, apenas, meros depositarios de sus afanes.
Ha llegado el momento
de actuar. No lo dejemos pasar. Trabajemos por una escuela pública desde la necesidad que tiene la comunidad de que sus
miembros se asuman como personas y como ciudadanos.
por Carlos A. Trevisi
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