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domingo, 17 de junio de 2012

ESCUELA PÚBLICA, CIUDADANÍA Y DEMOCRACIA

ÍNDICE GENERAL de "EL CULTURAL"


Hace por lo menos dos décadas que el mundo ha pegado un cambio. De resultas, hemos pasado de una sociedad de “clases” a una sociedad de “individuos”. Las instituciones que albergaba ese mundo, que va quedando irremediablemente atrás, ya no cuentan en la medida en que solían hacerlo; la “lucha de clases” se ha transformado en una feroz lucha cuerpo a cuerpo.

El “mercado” se ha apoderado de las instituciones. Ante tamaño cambio nos quedan dos caminos: o permanecemos a la espera de que mágicamente el “mercado” nos devuelva todo aquello de lo que se ha apoderado (lo cual es francamente imposible), o nos mandamos a participar de este nuevo mundo en el que vamos a tener que vivir, indefectiblemente, nuestros hijos y nosotros, ya viejos.

La educación pública ha funcionado durante años desde el estado, lo que otrora significaba para la gente que pertenecía a una clase social a la que no alcanzaba la igualdad de oportunidades. Hoy día la educación pública debe llegar, no ya a una clase social, sino a todos los individuos de la sociedad, uno por uno, para que se asuman como personas únicas en sí mismas y como ciudadanos de la “polis”.

En la escuela pública se tiene que conseguir que toda la gente sea todo a la vez, porque la escuela pública tiene que brindar una formación tal que autorice a todos los ciudadanos a optar, influir, decidir, participar en la decisión del todo.

Si aspiramos a conseguir que “toda la gente sea todo a la vez”, que sea armónica en sus actitudes, que despierte a su individualismo, que se sienta persona, la educación pública no puede seguir funcionando desde un estado que no reconoce su individualidad, que obliga a la obediencia, que estandariza la vida tal cual hace 20 o 30 años, cuando su cometido era hacer realidad la igualdad de oportunidades.
Ahora, en estos tiempos que corren, habrá que abordar la escuela pública desde otra perspectiva, la de una democracia participativa, multitudinaria, que atenúe la “dictadura” del estado transformándolo en garante de sus decisiones; una democracia que revalorice al individuo; una democracia de multitudes como la que floreció en Seattle, o en Buenos Aires con sus cacerolazos, o en Génova (Italia); una democracia que involucre orgánicamente a todas las fuerzas vivas de la sociedad: a las asociaciones de las que se vale la ciudadanía cotidianamente (desde empresarios hasta AMPAs) porque todas ellas constituyen el tejido social donde se manifiesta la ciudadanía en la recreación de sus propias metas, porque todas ellas tienen que ver con la educación.
La democracia se basa en que todo el mundo vota y en una sociedad en la que la gran mayoría son ignorantes, la influencia que tiene el peso de los ignorantes en la toma de decisiones es determinante de su fracaso. Y no se trata de la ignorancia de los datos, sino la del conocimiento: “la ignorancia de quienes no saben expresar sus demandas sociales, que no saben entender un texto sencillo, un discurso de una manera crítica, que no saben participar en una argumentación; esa ignorancia que los inhibe de desarrollar la capacidad de buscar, contrastar, discernir, descartar, elegir; esa ignorancia que coarta el crecimiento de la sociedad y que ya ha llegado a gran número de universitarios” (Savater). Una sociedad que tiene que hacer entender a sus políticos que son, apenas, meros depositarios de sus afanes.
Ha llegado el momento de actuar. No lo dejemos pasar. Trabajemos por una escuela pública desde la necesidad que tiene la comunidad de que sus miembros se asuman como personas y como ciudadanos.



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