La familia y la escuela
Su papel en el proceso educativo
No se puede analizar
la estrecha relación que deben guardar la familia y la escuela sin antes
abordar, aunque sea someramente, el papel que juegan en el proceso educativo..
La familia es el núcleo fundacional de la
personalidad y la primera educadora. Es en su seno donde el hombre comienza a
relacionarse. Es el punto de partida del encuentro con un "tú" , del
díalogo en el afecto. Cabe a la familia la serenidad, la exigencia y la
reflexión para iniciar al hombre en ese inacabable viaje hacia sus propias
armonías, a su plena personalidad, a su libertad. La familia es la institución
más proteica de nuestra sociedad. Los aportes de sus miembros la dinamizan, la
perturban, la ponen en crisis.
No sucede lo mismo con
la escuela, institución ésta que asumirá
muy tempranamente un rol preponderante en la vida de los niños. Si bien su
función es recrear circunstancias a partir de la herencia socio-cultural en la
que se inserta, y ponerlas en acto, el vértigo del momento que nos toca vivir
no le da tiempo a procesarlas.. La escuela es poco homeostática y
"subordina sus fines sociales a las necesidades de preservación de su
estructura" (Ernesto Gore) dejando la calle afuera.
Un padre conlleva en
sus adentros la idea de que su hijo tiene que superarlo, ser mejor que él; es
propio de la naturaleza humana la proyección de los padres en sus hijos. Sin
embargo, no siempre sabe encarar el tema de su educación en el ámbito de la escuela.
La escuela no está
sólo para que aprendan a leer y escribir: Entre sus varias responsabilidades,
tiene aquélla de socializar a los niños, de hacerlos partícipes de la
civilización en la que les cabrá actuar de mayores cuando su vida los obligue a
la toma de decisiones. Esta función de la escuela, que es de las más
importantes, pués ataca el plano actitudinal del proceso de crecimiento, nos
pone a los padres en un pie de igualdad con las autoridades académicas y con
los maestros.
Para abordar la
educación sistemática, es menester contemplar que transcurrimos por la vida en
respuesta a circunstancias laborales, de estudio, personales o de familia en
un contexto dinámico, de cambio, incierto, tan incierto como la vida misma,
donde nada está garantizado.
Si asumimos que es
así, padres y escuela debemos dar a nuestros niños una formación que autorice
su inserción plena en el mundo, dotarlos de una personalidad crítica,
dialógica, amplia, abierta, democrática, abarcativa, libre...
Es menester que
nuestros niños tengan un alto nivel educativo y gran adaptabilidad social; que
aprendan a reconocerse, a saber de sus propias capacidades, a ser dueños de su
voluntad, de sus afectos, de su inteligencia y de su libertad.
Los padres habremos de
tener tiempo para el encuentro con nuestros hijos. .Debemos abordarlos a partir
de ellos mismos compartiendo sus gustos y asumiendo sus necesidades. Hablaremos
de la escuela; de sus maestros, de sus amigos; saldremos con ellos, los
acompañaremos en sus tristezas y en sus alegrías, en sus logros y en sus
fracasos; hablaremos de sexo, de deportes, de política, si cuadra; Usaremos su
ordenador, les daremos regalos -soft, libros, chuches, remeras- veremos
televisión con ellos y discutiremos si este o aquel programa; les brindaremos
seguridades; los castigaremos cuando se quiebren y alentaremos cuanta actitud
de grandeza nazca de ellos...
Los maestros
canalizaremos la enseñanza a través de la investigación, del aprender a
aprender y no desde los datos. La estrategia del aprendizaje debe favorecer una
curiosidad tal que motive una búsqueda que impulse al acto de aprender.
El maestro es el
profesional que pone el conocimiento y los valores en acto.. Se debe abandonar
la idea de que los conocimientos y, mucho menos, los valores, pueden ser
transmitidos sin haber sido asumidos. En otras palabras: el maestro debe
postergar el discurso e imponer el acto. El maestro es amplio, es comprensivo,
es dialogal y todo lo demás porque actúa así.
Y la familia es serena, exigente, dialógica porque la vivimos así.
Cambiar para que todos
juntos, padres de familia, maestros y niños aprendamos a descubrir al otro en
sus .necesidades.
La realidad de la
familia
La realidad de la
familia es cruel porque abandona al niño
Si afectivamente. porque no somos capaces de
hacerlo sentir que es parte de nosotros mismos siendo otro y distinto; porque
no le sonreimos, ni vivimos en él, ni lo respetamos, ni le exigimos. Si intelectualmente, porque no pensamos con él lo
que el quiere y necesita pensar; porque somos incapaces de crearles situaciones
nuevas para que resuelva; porque lo comprometemos en una vida que sólo ofrece
modelos estereotipados. Si volitivamente, porque
al no respetar lo que quiere lo desmotivamos en su heroicidad, algo tan propio
de su edad, y porque en lugar de responder a sus interrogantes, nos apuramos a
resolver sus problemas atropellando sus propias capacidades. Si desde la libertad que tendrá que ganarse, porque no lo
independizamos; no le permitimos que corra riegos; lo hacemos desconfiado; le
impedimos que descubra otros espacios; no lo dejamos elegir qué hacer ni como
hacerlo ni con quién hacerlo. Asi, lanzamos al mundo hijos convencionales,
inflexibles, autoritarios, monológicos, egoístas, serviles..
La SGAE ratifica con
estadísticas las causas que pueden provocar ese abandono en un informe sobre
"Hábitos de consumo cultural". La mitad de los españoles no ha leído
un libro ni tiene intenciones de hacerlo; en 1998, el 53 % de los hombres eran
analfabetos funcionales; el 64 % de la población que lee, tiene en su casa
menos de 100 libros ( "lo cual indica no sólo lo esmirriado del parque
lector, sino la ausencia de herencia" (Felix de Azúa, en El País). Ante la
pregunta "¿cuándo compró un libro por última vez?", el 61% de la
población manifestó llevar más de un año sin comprar uno.. Continúa Azúa
"Ese es el modelo de ciudadano que ha decidido crear la administración,
algo así como una bombilla con patas [...] un bicho que se enciende y apaga
dándole a un interruptor", y agrega: "Es tan cómodo!" .Si
agregamos que los vacuos programas de televisión sientan a nuestros niños entre
tres y cuatro horas diarias frente al aparato y los padres facilitamos la embrutecedora
tarea poniéndoles un televisor en el dormitorio: 2 de cada tres niños españoles
disfrutan de ese "privilegio", poco queda por agregar.
Surge así que la
interacción de la familia con la escuela es prácticamente -por no decir
inevitablemente- nula y su peso en ese ámbito, no obstante ser, por definición,
la primera edu-cadora del niño, ninguno.
Los conflictos entre
padres y maestros son permanentes. Lo menos que se escucha decir a las partes
es que "los padres depositan a los chicos en la escuela y se desentienden
de ellos"; los padres a su vez, insisten en que los maestros "son meros
funcionarios que cumplen con sus horarios de clase y basta".
Me permito decir que
todos tienen razón. Y como dice nuestro ingenioso hidalgo, que todos tengan
razón "no es sino la razón de la sinrazón que a esta razón hace".
Si en lugar de
agredirnos y aplastarnos entre nosotros, nos pusiéramos en común, todo sería
más simple. Claro que los padres tendríamos que asumir las obligaciones que
conlleva que nuestros hijos sean lo mejor que tenemos, y los maes tros, que el
camino que han emprendido al obligarse con la carrera docente, está lleno de
entrega, de esfuerzo, de sinsabores, de paciencia,
y, al mismo tiempo, vacío de reconocimiento social, de prestigio y de
comodidad, por sólo citar algunos de sus "contratiempos".
Sin embargo, hay algo
en común entre padres y maestros que favorecería muchos acuerdos: el disfrute
que brindan la alegría y la frescura: de los niños. Si un padre fuera al
colegio a preguntar al maestro si su hijo se sonrie, si es solidario, si es
dialogal, si es feliz, en lugar de increparlo porque no sale de excursión con
sus alumnos, el maestro se sorprendería a-gradablemente y, con toda seguridad,
no actuaría como un funcionario a la espera de la hora de salida.
Si bien este mundo no
autoriza esa clase de idilios, ofrece, sí, otro tipo de soluciones. En lo que
nos atañe podría ser una puesta en común institucional, un igual a igual, en el
que par-ticiparían la escuela, el AMPA, los ayuntamientos, los consejos escolares
y sus respectivas alzadas: la Subdirección Territorial y la Fapa, cada cual en
lo suyo pero con un objetivo: los chicos, y una única meta: su educación.
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